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    1.5.06
    Mirando al himno, perdidos en la tierra
    Si hay un tema sobre el cual nunca he visto a nadie dejar de posicionarse, ése es la inmigración. Aunque la mayoría de las veces basado en prejuicios y miedos que se transmiten de generación en generación. Incluso existen opiniones en contra que entre sí se contradicen, como “nos quitan el trabajo” y “son uno vagos”. Después llega el “argumento” de que son unos traficantes, proxenetas..., en fin, delincuentes.

    En firme creo que cualquier persona tiene derecho a moverse por cualquier lugar de la Tierra, pues se nos ha dado el derecho natural de la movilidad. Las únicas raíces que poseemos son simbólicas y subjetivas, y por lo tanto, queda a la voluntad personal quedarse donde pusieron su semilla o, como se suele utilizar en un lenguaje más histórico y antropológico, desplazarse. Desde el principio de nuestra historia esto ha sido necesario para la supervivencia de las primeras tribus, dado que el ser humano, como cualquier otra especie animal, depende directamente de que en nuestro entorno se den determinadas condiciones físicas (agua, temperaturas medias, alimento...) y va necesariamente en busca de ellas.

    Pero a estas alturas de la historia, tendríamos que darnos cuenta de que ya poseemos los conocimientos suficientes sobre la tierra que nos soporta –y esto va en los dos sentidos-, como para dejar de competir entre nosotros. Los problemas que muchos humanos tienen de supervivencia ya no son naturales, sino provocados por las acciones de otros, o si son medioambientales, lo son también en una medida considerable por éstas (efecto invernadero, desertización, destrucción del Amazonas con talas insostenibles, etc).

    Puedo entender que en tiempos antiguos, las tribus se enfrentaran entre sí basadas en un miedo atroz por la supervivencia en un mundo que no conocían y donde cada decisión implicaba vida o muerte (y no empleo la palabra “dominaban” porque esto es imposible de hacer. Por muy superiores que nos creamos, no somos dioses y no hacemos magia, y necesitamos tanto de un árbol como de una gota de agua). Pero no ya, cuando tenemos tanta capacidad e historia detrás como para identificar cuáles son las consecuencias de nuestros actos, tanto sobre las diferentes poblaciones como en el medio ambiente, e incluso la solución, y no las aplicamos.



    Por otra parte, creo que también habría que considerar que abandonando distintas zonas de la Tierra, deshabitándolas, perdemos la posibilidad de jugar nuestra parte en la solución al problema que allí se plantea. La ciudad ha sido siempre muy seductora para el trabajador del campo, pero hoy es el día que mucha gente cree oportuna la vuelta con un nuevo modelo rural, más sostenible, autosuficiente, solidario y ecológico, y funda las llamadas “ecoaldeas”. No estaría mal replantearnos el estilo de vida, pensar si lo que creemos que nos hace felices lo puede ser realmente, pues incluso la idea de felicidad conlleva una carga cultural, aprendida, de un peso inmensurable. Y pensamos que tener una casa de 150 metros cuadrados, un móvil, dos coches, y lo último que vengan a publicitarnos, nos la traerá.

    Muchas veces viene a mi mente la pregunta de si no cometimos un gran error en el momento que como especie optamos por el sedentarismo en lugar del nomadismo. Y si los que realmente saben de la vida son todas esas tribus, como los aborígenes del desierto de Australia, que renunciaron a lo que llamamos “progreso”. Incluso se me ocurre interpretar en este sentido el pasaje bíblico de la expulsión del Jardín del Edén, donde Adán y Eva tenían todo, menos la ciencia, y cuando optaron por ella (dejaron de ser salvajes), comenzaron los males que se prolongan hasta nuestro tiempo; y dios un mero símbolo de la sabiduría natural, que es el instinto. Podría ser… y que no existiese el buscado equilibrio... O también podría ser que en cada acto de nuestras vidas se esconda la necesidad, un sentido que no podemos llegar a conocer porque es muy probable que entonces no lo cumpliésemos. Al igual que una planta no entiende el papel que cumple en la Tierra (o eso creemos...), como generadora de oxígeno, o ese insecto que no sabe que exclusivamente sólo él puede polinizar cierta flor, nosotros estemos aquí haciendo algo que no sabemos. O nos ha tocado un papel que conlleva de forma intrínseca la extinción, en nuestra especie a modo de autodestrucción. De darse la causalidad, o mejor dicho, de creer en ella o darla por verdad, nadie sería culpable de nada.

    Coja hospitalidad
    Se podría decir que a la mayoría de los países les gusta que les visiten de forma breve, pero frecuente. Invierten en ello como un negocio más y lo llaman “turismo”. Y no se olvidan de publicitarse como “hospitalarios”. ¿En que folleto, de cualquier lugar, no aparece esa palabra? Pero cuando alguien llega para quedarse, la palabra hospitalidad se queda coja, faltándole la mitad de su significado, que dice así (según el Diccionario de la Real Academia Española): 1.Virtud que se ejercita con peregrinos, menesterosos y desvalidos, recogiéndolos y prestándoles la debida asistencia en sus necesidades. 2. f. Buena acogida y recibimiento que se hace a los extranjeros o visitantes.

    Detrás de todo inmigrante hay una necesidad por resolver. Y cuál es ésta, es lo primero que debemos preguntarnos y sobre todo preguntarles. A mi me encantaría emigrar a París, por ejemplo, por una necesidad subjetiva, emocional. Simplemente, la ciudad posee unas características que yo interpreto como “ideales” y me hago creer que allí encontraría más felicidad que donde estoy. En el fondo de todo está la búsqueda de la felicidad y, para otros, el acercarse a ella parte de una necesidad que es mucho más razonable, pues es primaria, física: falta de alimentos, peligro de muerte por guerras, etc. ¡Y cómo somos los humanos…, que lamentablemente acogemos peor a esta última, así como recompensamos inmensamente más a quien nos deleita con una canción o una hora de partido que a quien labra la tierra para que podamos vivir!

    Existe al menos una excepción en la cual se acoge mejor a la inmigración: cuando su necesidad es la solución a una propia a la que le otorgamos un valor equivalente. Así, los inmigrantes son bien acogidos por un país que ha salido de una guerra, perdido miles, millones de personas, y necesita reconstruirse. Como fue el caso de Alemania tras la II Guerra Mundial, a donde acudieron tantos españoles a trabajar, entre ellos buena parte de mi familia.

    Pero a los países que reciben inmigrantes actualmente, se les olvida que tiempo atrás fueron a los de los inmigrantes, ahora pobres y arrasados por la violencia, a expoliar sus materias primas, esclavizar y exterminar a su población tanto física como culturalmente. No es que tengamos la culpa los que vivimos ahora, pero al igual que ellos siguen sufriendo consecuencias negativas de esas colonizaciones, nosotros, en la misma medida, seguimos obteniendo un beneficio de aquello.



    Y no podemos negar que en un país donde un gran porcentaje de su población tiene estudios superiores o universitarios, cada vez queda menos gente que se ofrece a trabajar limpiando portales, oficinas, cuidando ancianos, en la construcción o incluso en hostelería. Pero algunos, en lugar de aceptarse a sí mismos, asumir esa decisión, se auto engañan y califican a los inmigrantes de “robaempleos”, quienes cubren esa necesidad con el sudor que los otros no quieren derramar. Incluso cuando nosotros mismos -periodistas, entre otros-, aceptamos trabajar en nuestra profesión de forma gratuita o por muy poco dinero, o sin contrato, incluso durante años, porque "hay mucha competencia y es la única manera de conseguir en el futuro algo"; en lugar de exigir unas condiciones justas y condenar a las empresas que han encontrado en esto una forma sencilla de lucrarse.

    Por todo esto, los inmigrantes no deberían tener menos derechos, pero además de negárselos, hay quien también aquí sigue intentando obtener un sucio beneficio que genera nuevos problemas, y es a estos a quienes deberíamos culpar. Aprovechando que viven más en un estado de supervivencia que de vivencia (tiene que serlo cuando arriesgan la vida en pateras, se encaraman durante días a los bajos de un tren o camión, y cruzan desiertos y alambradas incluso con bebés a las espaldas), les pagan salarios vergonzosos, los hacinan en lonjas en condiciones insalubres, etc. Lo cual contribuye a su marginación dentro de la sociedad a la que ya pertenecen -porque existe una interrelación con ella cualquiera que sea su índole- y ésta a su vez les sitúa ante opciones de supervivencia desesperadas que no generan nada positivo y que algunos terminan por elegir.

    Y aunque a muchos les pese y se afanen en hacer leyes, subir la altura de las alambradas, sus modernos muros de fortaleza, la inmigración va a aumentar en la medida en que sigamos obviando los motivos de la misma o incluso agravándolos con problemas. La cuestión es que no podemos dejar a tanta gente así, allí olvidados. Y ellos, así como están demostrando una gran capacidad de unión ante la reforma de las leyes de inmigración de los EE.UU., pueden emplear esa energía en promover cambios en los lugares que han dejado atrás (muchos anhelan volver y no se van con gusto) y aprovechar todo el conocimiento adquirido sobre la tierra que habitan para intentar romper la dependencia que las “potencias” les han creado sobre ellas. Aunque también entiendo que en esto se haya la eterna dicotomía entre el tiempo que vive un ser humano y el tiempo de la especie. En las grandes luchas, también existe un gran tiempo, y es muy probable que nunca lleguemos a ver los frutos de nuestro esfuerzo. Pero hagamos lo que hagamos con nuestra vida, tiene consecuencias que trascienden a ella y afectan a la especie y, o contribuyen a mantener el sistema, o a cambiarlo, ya sea hacia la “izquierda” o la “derecha”.

    Lengua, Estado y Nación
    En los diferentes canales de televisión que puedo ver aquí en Columbia, he visto como las noticias comenzaron presentando el infortunio de los niños y adolescentes estudiantes que tendrían que abandonar su vida aquí y ser deportados junto a sus padres ya que están bajo su dependencia, si se ejecutan las nuevas leyes que proponen de inmigración. Manifestaciones de ellos, seguidas por las de sus padres, y a las que cada vez se unían más personas. Después llegaron los reportajes más completos, donde se enfrentaban opiniones a favor y en contra. Algunas deportaciones, como la de una periodista latinoamericana asentada desde hacía mucho tiempo en Missouri, cuyo nombre no recuerdo, y que apunta a escondidas intenciones de "castigo ejemplar". Y ahora la polémica llega con el himno estadounidense que varios artistas de Latinoamérica han traducido al español.

    Bush condenándolo, algunos inmigrantes latinoamericanos también (supongo que entre algunos de estos motivos debe de haber algo similar a aquello de ver a un jugador de tu equipo favorito de fútbol con la camiseta de otro), otros a favor... Pero nadie levanta una voz porque Shakira, por ejemplo, haga versiones de sus discos en castellano e inglés. ¿Cuál es la diferencia? La comunidad de inmigrantes latinoamericanos en EE.UU. tiene unas dimensiones considerables, tanto en número como en historia, e interpreto que se muestra en una fase de adquisición de identidad estadounidense, pero sin querer pagar el precio de renunciar totalmente a la latinoamericana y por eso han hecho dicha versión del himno nacional conservando su idioma. Y la lengua llevada al debate político de la inmigración se topa con las tan recurridas cuestiones sobre estado y nación: primero, ¿es el himno un símbolo de la nación como indica el nombre (himno nacional) o lo es del estado?; ¿debe haber una nación por cada estado?; ¿cada nación tiene derecho a conformar un estado?; ¿puede un estado incluir varias naciones? ; ¿es necesaria la existencia del estado para la existencia de la nación?; ¿qué es nación? Otro tema sobre el que casi siempre tenemos algo que decir.

    Algo para leer sobre el tema de una forma diferente:
    - Tras las huellas del hombre rojo. Lorenzo Mediano.
    - Las voces del desierto. Marlo Morgan.
    posted by Laura R. C. @ 09:54  
    1 Comments:
    • At 1/5/06 13:43, Anonymous Anónimo said…

      buen tema y bien tratado Laura, comparto gran parte de los puntos de vista, eso sí, de los libros que recomiendas el de Morgan no me gusta nada, es interesante y entretenido, pero aunque ella lo niega categóricamente a mí me huele más bien a historia inventada que real, aunque se puede aprender tb de una historia de ficción. Saludos.

       
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