Tras cuatro meses sin salir apenas de la pequeña ciudad de Columbia, recorrer 15 kilómetros en coche puede ser de lo más fascinante. Era sábado, 20 de mayo, el día de la celebración del segundo RiverFest a las orillas del río Missouri, e iba en el coche mirando por la ventanilla, intentando colmar mi sentido de la vista en contra de la velocidad. De repente me encontré con el mismo verde que el de los campos del País Vasco y el mismo olor a tierra mojada. La naturaleza no era tan diferente y con mi imaginación jugaba a cambiar las casas prefabricadas estadounidenses por los caseríos de Bizkaia; las banderas estrelladas en los porches, por las ristras de pimientos secándose en el portalón; y el césped cortado meticulosamente por las huertas de Urdaibai. Estaba reviviendo el recorrido entre Bilbao y Mundaka, cuando unas gotas de lluvia llegaron a mi ventana, como queriendo despertarme para mostrarme algo que allí nunca ví: el río Missouri. Uno de los ríos más grandes que en mi vida he visto.
Aparcamos el coche a la orilla y cada paso nos acercaba el sonido country y el olor de una fogata. -Welcome to the Fest!- Nos saludó una mujer de la organización. Entorno a un pequeño restaurante de comida Thai (la mejor de la zona, según cuentan), se agrupaban alrededor de un centenar de personas con sus sombreros de cowboy, pañoletas, faldas y collares hawaianos, vestidos de odaliscas... Nada de la imagen que me había hecho sobre el evento antes de llegar. El ambiente era festivo pero tranquilo a la vez, casi familiar. Con la pretensión de recaudar dinero para colaborar en la limpieza del río con una organización ecologista.
Como en otras ocasiones, me encontré desubicada. Estaba en EE.UU., en un recodo de bosque a las orillas de un río cuya visión de amplitud y sin industrializar -al menos ese tramo- me era completamente nueva. Comiendo en una especie de cervecera un plato Thai, mientras una mujer pasaba de vez en cuando entre las meses con una cajita para donaciones (como quien pasa la cesta en la Iglesia), escuchando una actuación de música folk seguida de fusión mediterránea con flamenco, y viendo un espectáculo de danza del vientre tras otro de bailes típicos de Hawai. Con el río a mis espaldas, de vez en cuando me daba la vuelta y allí estaban varias familias jugando con los niños en un espolón de tierra, bañándose vestidos o untando su cuerpo con barro, mientras varias lanchas motoras cruzaban el agua en un ritmo intermitente.
Encontrar una población homogénea en este país es un cometido absurdo. Siglos de inmigración, desde aquellos que llegaron con intenciones invasoras-colonialistas hasta los que vinieron y siguen haciéndolo huyendo de la pobreza de sus orígenes o los que lo hacen porque simplemente encuentran aquí su mejor lugar, han creado una mezcla cultural que es difícil de definir pero que a la vez supone uno de los rasgos diferenciadores más importantes que encuentro en esta sociedad. Y allí estaba yo, una pequeña pieza más del mundo dentro del calidoscópico festival, bailando una rumba con mis zapatillas deportivas nuevas de tecnología ultramoderna norteamericana.
The second annual RiverFest was celebrated at the Cooper's Landing, Columbia. A musical benefit to help clean up the Missouri River with carnival, games, hot river tunes, Thai food, booths and more. Go to Video's Cinema and take a look to what happened! Video |
Bucólica imagen la que describes... Parece increíble de un lugar así, umm... casi puedo oler esa fogata...!!!
Saludos, Helena.